La máxima de la inversión value es buscar compañías o sectores que hayan sido excesivamente castigados por el mercado. Y para Azvalor, una de las mejores oportunidades de inversión se presenta hoy en la energía nuclear, que podría estar experimentando un cambio de ciclo y se habría reequilibrado tras la pandemia del COVID-19.
En opinión de Michael Alsalem, responsable de la oficina de Azvalor en Londres, se ha producido una «erosión de la demanda, lo que lleva a una reestructuración forzosa y a giros radicales en las curvas de oferta que, a su vez, remodelan de manera favorable las dinámicas de este sector».
Frente a la creencia popular que existe en torno a este sector, Alsalem defiende que «la energía nuclear es la más barata y limpia de producir». Se genera a un coste de 50-100 dólares/MWh, lo cual es, según el gestor, «extremadamente competitivo con respecto a las energías renovables, en las que el coste unitario sigue siendo muy elevado, hasta los 250 dólares/MWh». Asimismo, continúa el gestor, «sus emisiones de carbono son insignificantes comparadas con las del petróleo».
Apuntan, además, a un aumento de la demanda de este recurso en el futuro, y echan mano de un estudio del departamento de Energía del MIT (Instituto Tecnológico de Massachussets) que concluye que la energía nuclear es esencial para alcanzar el objetivo de reducción de las emisiones de CO2 en 2050. Además, sostienen que la generación de energía nuclear es una industria en crecimiento. Según sus datos, hay 440 reactores operativos en el mundo hoy, lo que representa alrededor del 10% de la energía global, junto a otros 55 reactores que están actualmente en construcción.
El carbón y el gas representan el 60% de la electricidad mundial, lo que en su opinión deja espacio para «sustituir la generación eléctrica sucia por una limpia». Se respaldan en los datos de la Asociación Nuclear Mundial (WNA), que afirma que alrededor del 25% de la producción mundial de energía podría ser nuclear para el año 2050. Y consideran «exagerada» la preocupación por el desmantelamiento y la estrategia política de reemplazar las centrales nucleares.
El uranio
El desastre de Fukushima ha supuesto un desafío para los operadores del uranio, como combustible de las centrales nucleares. Desde la gestora señalan a este accidente como el detonante del desplome del precio del uranio y el posterior superávit de esta materia prima, lo que desencadenó la quiebra a algunos operadores y minas. Según Alsalem, «los pocos operadores que han sobrevivido lo han conseguido gracias a los contratos de largo plazo a precios altos y a unos niveles razonables, que durante un tiempo les han protegido, pero muchos de esos contratos están llegando a su vencimiento en la actualidad, lo que representa una amenaza para los productores supervivientes».
Pero también a crisis recientes como la del COVID-19, por la que Cameco ha decidido poner en mantenimiento algunas minas de la región canadiense de Athabasca al considerar «que es más rentable mantener el material en el subsuelo a la espera de un inevitable repunte en el mercado, y para ayudar a hacer frente a los desafíos relacionados con la pandemia».
Alsalem apunta que, aunque el mercado del uranio ha dependido de fuentes secundarias de suministro para equilibrar el mercado desde la década de los 90, «cada vez está menos claro si habrá suficientes reservas transportables, exceso de uranio natural proveniente del enriquecimiento o fuentes de programas gubernamentales para satisfacer esas necesidades». Esto ya era un riesgo antes de los cierres relacionados con la pandemia, y ahora lo es «aún más», opina el gestor. De ello concluye que «la pandemia del COVID-19 ha sido un inesperado elixir para reequilibrar rápidamente un mercado que ya había estado consumiendo sus reservas y reduciendo la producción durante casi una década».
El experto avanza un profundo desajuste entre la producción primaria, que podría reducirse en más de 25 millones de libras este año, y la demanda. «Dadas las expectativas de demanda a largo plazo, los precios tendrán que moverse mucho más para incentivar la reactivación de la producción y extracción de bajo coste, y ya no digamos para incentivar a las compañías a avanzar en proyectos nuevos o en curso», concluye. Algo que se verá acentuado, en su opinión, «por los plazos extremadamente largos de concesión de permisos para el uranio, que se miden en décadas, y por las limitaciones de acceso al capital habituales hoy en la minería a nivel mundial».