Beltrán Parages
Socio fundador de Azvalor Asset Management
Invertir en materias primas ofrece una oportunidad única.
Una persona que necesite hoy tomar la decisión de dónde invertir sus ahorros no lo tiene fácil. Esto no significa que no haya buenas oportunidades. Es cuestión de analizar racionalmente las diferentes opciones existentes.
Desde la gran crisis financiera, hace ya diez años, las inversiones han volado en precio y las rentabilidades implícitas se han desplomado. El S&P 500 ha subido en este tiempo un 350%, lo que supone una rentabilidad media anualizada del 16%, más del doble de la rentabilidad media histórica anual. La renta fija está en máximos, lo que significa que las rentabilidades que ofrece son mínimas. Y sólo en el mejor de los casos positivas, porque ya hay alrededor de 14 trillones en bonos que ofrecen rentabilidades negativas (cuesta creerlo). Yo, personalmente, no lo entiendo.
En el caso de la inversión en Bolsa, los índices más conocidos ofrecen rentabilidades entre el 3% y el 4%, niveles mínimos históricos. Y, aún más preocupante, esas rentabilidades se obtienen con unos márgenes empresariales por encima del 12%, comparado con el 6% histórico. Es fácil que esto empeore.
En el planeta vivimos más de 7.500 millones de personas. Mil millones habitamos países ricos. Otros mil millones lo hacen en naciones catalogadas como extremadamente pobres.
Finalmente, hay más de 5.000 millones de personas que viven en países que han salido o están saliendo de la pobreza y se encaminan hacia formas de vida de clase media. Cada año cruzan el umbral de rentas per cápita, que les cataloga como clase media, más de 140 millones de personas. Nunca antes en la historia semejante población ha estado expuesta de forma simultánea a este proceso. Trabajan por tener luz eléctrica, agua caliente, una moto, un coche, acceso a internet, viajar, ver televisión o tener un smartphone. En definitiva, por vivir más y con mejor calidad. Y esto no es una burbuja. Es una realidad imparable.
La mejora del Estado de Bienestar implica enormes inversiones en redes ferroviarias, carreteras, aeropuertos, telecomunicaciones, desarrollos urbanísticos y un largo etcétera. Todo ello intensivo en el consumo de materias primas y energía. El PIB mundial es una transformación de la energía. A más PIB, más energía y más materias primas. Esto requiere inversión en activos reales. Parece, pues, que el futuro de la demanda de energía, en todas sus formas (carbón, gas, petróleo, nuclear, hidroeléctrica, solar, eólica), está garantizada. Sobre todo, de aquella a la que esa parte del mundo pueda acceder y pagar. Y sin esperar mucho, que el desarrollo no espera.
Ese desarrollo también requiere de muchas materias primas necesarias para mejorar la calidad de vida: cobre, aluminio, acero, zinc, níquel; que acompañan a ese proceso imparable de avances urbanísticos de las sociedades en crecimiento.
Valoraciones mínimas
Lo interesante es que estos sectores, el de la energía y el de las materias primas, llevan años sufriendo. Primero en sus negocios, a causa de la bajísima rentabilidad sobre sus inversiones en los últimos años, que han ido mermando su capacidad productiva. Y después, en Bolsa, cayendo a contracorriente del mercado. Hoy, de media, estos sectores están un 50% por debajo que hace cuatro años y se encuentran en valoraciones mínimas de los últimos 100 años.
Conectando ambas realidades, vemos que el mundo va a necesitar, y mucho, energía y materias primas, y quienes tienen que producirlas no están en su mejor momento para aumentar la producción. En parte por lo ocurrido en el pasado (aunque invertir es compartir el futuro entendiendo el pasado y no al revés), los inversores les han abandonado, ofreciendo una oportunidad que se me antoja única e histórica. Salvo que me convenzan de que este nuevo mundo no quiere vivir un poco mejor…