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Azvalor en la prensa

La fiebre de las tecnológicas y el día de San Valentín, tribuna de Beltrán Parages

08/10/2019

Han pasado casi veinte años desde que vivimos en España la burbuja .com, en paralelo con la crisis global de un modelo tecnológico que encerraba más fantasía que realidad. El mayor exponente de aquella locura colectiva fue el caso Terra. A pesar de no ganar dinero, sólo por su modelo de negocio y sus entonces halagüeñas expectativas de futuro, llegó a valer más de 157€ por acción, máximo que alcanzó el día de San Valentín del año 2000. Hasta ese extremo llegaba el «enamoramiento» del mercado por aquel puñado de promesas. Puro humo. Ese precio máximo suponía valorar la compañía por encima de la capitalización de Iberdrola, Banco Santander o Repsol, por citar sólo tres ejemplos. El sueño derivó en pesadilla y se interrumpió, bruscamente, en julio de 2005. Fueron más de cinco años de periplo hasta que el mercado volvió a otorgar a Terra su verdadero valor. Y es que la mentira tiene patas cortas, pero incansables.

En aquellos días, veinte años más jóvenes que ahora, ya algunos nos fajábamos a contracorriente de la mayoría (y aún seguimos haciéndolo), intentando, por ejemplo, desenmascarar la trampa que escondía Terra. Para ser justo estábamos mas ocupados en entender las oportunidades que se ocultaban bajo la sombra de aquel «éxito«. Hablo de las históricas Vidrala, Viscofan, Mecalux, y un largo etcétera de compañías «viejas y aburridas», que ganaban dinero, además de contar con buenos equipos de gestión que se jugaban algo y tenían razón de ser, porque hacían cosas necesarias y requeridas por la sociedad. Pero eran tan «aburridas» que no interesaban. Por eso sus valoraciones eran ínfimas. Y, por todo ello, acabaron ofreciendo excelentes rentabilidades a quienes invirtieron en ellas.

Terra, por el contrario, acaparaba las miradas hipnotizadas de la mayoría, que se deshacía en halagos por su nuevo rey (desnudo) mientras nadie quería perderse aquella fiesta. Quienes sospechaban, insistían en que la clave era no mirar donde todo el mundo lo hacía, a riesgo de quedar hipnotizados. Mejor pensar a solas y contrastar percepción y realidad. La percepción suele tener su reflejo en el precio, y la realidad de un negocio, es su valor. Y aunque lo normal es que ambos converjan, no siempre lo hacen. Gracias a Dios. Porque esa diferencia, cuando se produce, es la que permite a los buenos inversores obtener elevadas rentabilidades.

Comprar un buen negocio por (mucho) menos de lo que vale, tiene un doble valor: por un lado, el beneficio que da al accionista año a año, y, por otro, participar de la revalorización del precio de ese negocio, que de estar en lo correcto, llegará tarde o temprano. Siempre ocurre.

La situación actual me recuerda mucho a aquella época. Pero aún más sofisticado. No sólo la tecnología evoluciona, también lo hacen -¡y de qué manera!- las narrativas. Hoy las FAANG de la vida (FacebookAmazonNetflix, etc.), como ocurría con Terra, ono ganan dinero o, en caso de hacerlo, cotizan a múltiplos imposibles. Son extraordinarias compañías, nadie lo niega, pero en ellas no podemos sentarnos a esperar, participando del beneficio anual, porque en la mayoría de los casos éste no existe. Sólo nos queda la esperanza de que un nuevo inversor (¿un ETF?) esté dispuesto a pagar más por ese negocio (hasta, quizá, su día de San Valentín).

Frente a esta situación, nos encontramos compañías de la vieja economía, sin las que no podríamos vivir, a pesar de su longevidad, y que cotizan como si fueran a desaparecer. Son activos huérfanos, repudiados e ignorados. Tanto, que no sólo cotizan en sus mínimos históricos, sino que, además, nadie quiere hacerles la competencia. Y sin embargo ganan dinero, quizá mucho menos del que debieran por circunstancias que son temporales, y cualquiera puede comprarlas a precio de derribo.

El problema no está en sus negocios, está en la percepción de los mismos.

El transcurrir de los días dirá si se hace bueno aquello de This time is differentPor eso algunos seguimos empeñados en encontrar al «rey vestido», conjurando los trampantojos de un seductor día de San Valentín.

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